Pero esta horrible tradición que comporta dolor, secuelas físicas y psicológicas de por vida, y muerte para muchas niñas y mujeres es una forma más de violencia de género que deberíamos ayudar a erradicar en África y también en los colectivos de immigrantes que viven en nuestros países.
Hace falta información, prevención y aplicar la legislación para conseguir el abandono de esta práctica brutal.
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